
Small Time Crooks

Como en el personaje de la famosa novela de R. L. Stevenson, conviven en Woody Allen dos personalidades bien diferentes y hasta contradictorias: un Dr. Jeckyll lúcido y divertido, capaz de sacar punta a un poste de la luz; y un Mr. Hyde agresivo y atormentado, con una obsesiva tendencia hacia la desesperación y el cinismo. Afortunadamente, en Granujas de medio pelo —su película nº 32 y la primera que le ha distribuido la poderosa DreamWorks—, Allen muestra su cara más amable. Quizá por ello ha sido uno de sus filmes más taquilleros en Estados Unidos.
El guión es una especie de viaje guiado por los principales subgéneros de la comedia clásica. Comienza al estilo de Rufufú, de Mario Monicelli, pero con numerosos guiños al burlesco, al slapstick y al humor de los hermanos Marx. Desde esas coordenadas se relatan las peripecias en Nueva York de Ray, un pobre ex presidario, ahora lavaplatos, casado con Frenchy, una maruja de armas tomar y excelente cocinera. Con otros tres compinches —a cual más inepto—, Ray alquila un local cercano a un banco, para cavar un túnel desde él y desvalijar la entidad. Como tapadera, Frenchy vende galletas en el local. La operación delictiva es un desastre, pero las galletas de Frenchy tienen tanto éxito que al cabo de un año el grupo controla todo un imperio alimentario.
En este punto, la película da un giro radical, y sigue de cerca las pautas de la screwball comedy, y en concreto de Nacida ayer, de George Cukor, y del resto de los pigmaliones fílmicos. Pues, en su condición de nueva rica, Frenchy se obsesiona con pulir sus mugrientos modales para no desentonar en la alta sociedad neoyorquina. Para lo cual contrata los servicios de un apuesto y elegante marchante de arte inglés, que intentará sacar partido de la situación. Una situación que lleva al borde del naufragio el matrimonio entre Frenchy y Ray.
Además de su falta de originalidad, el gran defecto de la película es que padece una grave fractura narrativa y de tono entre la primera parte —agilísima, fresca y muy divertida— y la segunda, mucho más irregular incluso en el acabado de la puesta en escena. Esta fractura afecta a los personajes, que nunca alcanzan la hondura y cercanía de los que pueblan otras películas de Allen similares, como Toma el dinero y corre, o Misterioso asesinato en Manhattan.
De todos modos, todas las interpretaciones son muy buenas en su asumido histrionismo. Y, a través de ellas y de unos diálogos explosivos, Allen articula una disección incisiva y mordaz —aunque dentro siempre de un tono amable, casi sin sombras de cinismo— de la estirada e hipócrita elite cultural neoyorquina, en la que incluye además un inteligente alegato antimaterialista —en la línea de que el dinero nunca da la felicidad— y un sugestivo elogio de la fidelidad conyugal, muy sorprendente en el incombustible cineasta judío. Será quizá que a sus 65 años comienza a ver las cosas de otra manera. Habrá que comprobarlo en sus siguientes películas. J.J.M.
Director: Woody Allen. Intérpretes: Woody Allen (Ray), Tracey Ullman (Frenchy), Michael Rapaport (Denny), Tony Darrow (Tommy), Sam Josepher (Agente Inmobiliario), Jon Lovitz (Benny), Hugh Grant (David). País: Estados Unidos. Año: 2000. Producción: John Doumanian para Sweetland Films. Guión: Woody Allen. Música: Varios temas clásicos de géneros diversos. Fotografía: Zhao Fei. Dirección artística: Santo Loquasto. Montaje: Alisa Lepselter. Estreno en Madrid: 22-XII-00. Distribuidora cine: Lauren Films. Distribuidora vídeo: Lauren Films. Duración: 97 minutos. Género: Comedia. Temas de cinefórum: Ambición. Nuevos ricos. Matrimonio. Infidelidad conyugal. Educación. Alimentación. Marchantes de arte. Público adecuado: Jóvenes. Contenidos especiales: S D.