Kandahar


Safar é Ghandehar
Se estrenó en España esta dramática road-movie justo cuando la ciudad santa afgana de Kandahar estaba a punto de ser liberada de la opresión talibán. En ella, el iraní Mohsen Makhmalbaf confirma definitivamente la maestría que ya anticipó en Gabbeh y El silencio.
La protagonista es Nafas, que en afgano significa "respiración". Se trata de una joven periodista afgana, refugiada en Canadá desde la guerra talibán de 1996, durante la que perdieron la vida un millón de sus compatriotas. A finales de 1999, viaja clandestinamente de Irán a Kandahar. Su objetivo es salvar a su hermana pequeña, que perdió las dos piernas al pisar una mina y que le ha comunicado por carta que se suicidará dentro de tres días, coincidiendo con el último eclipse del siglo XX. La mujer relata el viaje a su hermana —y a los espectadores— a través de una pequeña grabadora, en la que registra también las mil razones para vivir que se le van ocurriendo. En su periplo, Nafas será ayudada por un afgano con cuatro esposas de diversas razas; por un pilluelo expulsado de una madrasa (escuela coránica) y que se gana la vida expoliando los cadáveres del desierto; por un camuflado médico afroamericano que "encuentra a Dios ayudando a estos pueblos" y por un ladrón manco capaz de mentir sobre su madre para conseguir unas piernas ortopédicas.
Makhmalbaf se ha basado en hechos reales y en un exhaustivo trabajo de documentación, que ha reunido en el ensayo Afganistán, un país sin imágenes. Sobre esta sólida base, edifica una durísima crítica al fanatismo del régimen talibán, al que califica de "ejército de la ignorancia". Por un lado, la película denuncia la exaltación talibán de la violencia al mostrar cómo en las madrasas se enseña a los niños el uso de la espada y del fusil al ritmo de la recitación textual del Corán. También arremete contra la prohibición de cualquier representación de la persona, y por tanto del cine, el vídeo, la televisión, el teatro, la pintura, la fotografía... Pero donde Makhmalbaf muestra una especial lucidez y sensibilidad es en su constatación del desprecio absoluto de los talibanes hacia las mujeres, a las que denominan siya sar (cabezas negras), pues siempre deben ir embutidas en los asfixiantes burkas. Además de censurar la prohibición de ir a la escuela y a los baños públicos que pesa sobre las mujeres, la película desvela su grotesca obligación de hablar con los médicos a través de un intermediario y sin mostrarles más de lo que puedan ver a través de un pequeño agujero en mitad de la sábana de separación.
Al hilo de estas reflexiones centrales, Makhmalbaf amplia el campo de su ocular, y constata también la deshumanización que genera la guerra y la pobreza, y en concreto, los trágicos efectos de las minas antipersona. Y es que —como dice con desazón uno de los personajes— "las armas son lo único moderno en Afganistán".
Maklhmalbaf enjuicia todo desde la ortodoxia islámica iraní, y sin dejar de exaltar los principales valores humanos y religiosos. En este sentido, destaca especialmente su canto a la esperanza. No oculta la película que "en Afganistán, la esperanza de una razón para vivir es una abstracción". Como dice un personaje, "desde hace veinte años, muere alguien cada cinco minutos; se pierde la esperanza cada cinco minutos". Sin embargo, Maklhmalbaf no se queda en esa constatación terrible y paralizante, sino que obliga a sus personajes a exaltar la esperanza, a la que define como "agua para el sediento, pan para el hambriento, amor para el solitario y, para una mujer tapada, el día en que le verán el rostro". De ahí, que uno de esos personajes se atreva a vaticinar que "quizá algún país se dé cuenta y nos ayude". Todo esto delimita un retrato muy luminoso del ser humano, a pesar del ambiguo desenlace. En efecto, tras proclamar sin rubor que "por muy altos que sean los muros, más alto es el cielo", la película acaba por dar una decidida respuesta afirmativa a la inquietante y simbólica pregunta: "¿Pasa el amor a través de la tela de un burka?".
Este rico programa antropológico lo presenta el director a través de la emotividad que generan las apabullantes interpretaciones de los escasos actores profesionales y las dramáticas presencias de muchos de los dos millones y medio de refugiados afganos que hay en Irán. Unos y otros son mimados por la camara de Makhmalbaf, cuya puesta en escena aúna la fuerza y cercanía del realismo documental con una sorprendente capacidad poética, próxima a veces a la abstracción o al surrealismo. En este sentido, resulta antológica la patética y pasoliniana carrera de los lisiados por las minas hacia las piernas ortopédicas que caen del cielo tras ser lanzadas en paracaídas. En cualquier caso, tanto el realismo como la poesía se ven reforzados por la espléndida fotografía de Ebrahim Ghafouri y por la sugestiva partitura de Mahamad Reza Darvishi, que incluye varias canciones populares afganas.
Queda así una obra mayor, de altísima calidad estética y antropológica, y que permite al espectador occidental superar posibles prejuicios y tener una visión más rica y ponderada de la cultura islámica. J.J.M.

Director-Guión-Montaje: Mohsen Makhmalbaf. 
Intérpretes: Nilovfar Pazira (Nafas), Hassan Tantari (Tabib Sahib) y Sadou Teymori (Khak). 
País: Irán. 
Año: 2001. 
Producción: Mohsen Makhmalbaf para Film House y Bac Film. 
Música: Mohamad Reza Dervishi. 
Fotografía: Ebrahim Ghifouri. 
Dirección artística: Arkbar Meshkini. 
Estreno en Madrid: 23-XI-01. 
Distribuidora cine: Golem. 
Duración: 85 minutos. 
Género: Drama. 
Premios principales: Premio del Jurado Ecuménico y Medalla Federico Fellini en el Festival de Cannes 2001. Nominación a Mejor Película no Europea en los European Awards 2001.
Público adecuado: Jóvenes. 
Contenidos especiales: V.