Alamar


Al admirar la hermosura de “Alamar” —película rodada en Banco Chinchorro, zona de arrecife de coral en el estado mexicano de Quintana Roo—, es inevitable pensar en la reciente catástrofe ecológica del Golfo de México en que la negligencia de la empresa British Petroleum resultó en casi cien días de vertido ininterrumpido de petróleo al océano.

“Alamar” es una ventana abierta por la que se escucha la brisa marina y el susurro de las olas, una película con olor a salitre y sabor a pescado.

Jorge tuvo un idilio con una turista italiana en México del que resultó un hijo. La mamá y el niño se regresaron a Italia y, tras varios años de separación, Jorge decide traer a su hijo desde Roma para pasar unas vacaciones junto con su abuelo.

Los tres comparten varios días en un palafito —una casa que está en una plataforma sobre el agua— navegando, pescando, comiendo y departiendo, en lo que constituye una exaltación a la vida ligada al mar y la pesca. Sus únicos acompañantes son un cocodrilo, una garza y el ubicuo mar.

De apenas hora y cuarto de duración, la película fue dirigida, escrita, fotografiada y editada por Pedro González-Rubio, joven cineasta de México DF. “Alamar” es su segundo largometraje, después de haber codirigido el documental “Toro negro”.

Una película linda y humilde que se debiera enseñar a los accionistas de British Petroleum y a las grandes empresas conserveras para que vean lo que están matando con su avaricia.

“Alamar” recibió el Premio al Mejor Director Novel en el pasado 53º Festival Internacional de Cine de San Francisco, y premios en los festivales de Rotterdam, Miami, Buenos Aires y Morelia.